El tiempo ha pasado inexorablemente y lo que comenzó hace un mes, ha tenido que terminar sin remisión..
La mañana la pasé despidiéndome de los y amigos y amigas del cercano pueblo de Sattigatha, donde tantas amistades me han nacido.
La noche va acercándose. Todo será la última vez: La última cena, el último té, el último “hasta mañana”, la última vez que duerma en Sattigatha. Me esfuerzo para no pensar en ello.
Se que la noche pasará velozmente y que amanecerá muy pronto. Duermo tranquilamente después de dar por finalizado uno de los libros que me he leído en estos días.
Amanece. Escucho el rumor de la cocina, el sonido de la escoba cuando barren, el sonido del agua que llena un cubo. Los sonidos que me han acompañado durante toda mi estancia.
Último afeitado, último té de la mañana y última tortilla.
Vuelvo a mi habitación y termino de empaquetar. Me cambio. Me pongo ropa limpia. Nunca antes había estado tan limpio. Dos de las niñas Kumasi y Komala llaman a la puerta. Vienen a entregarme un sobre. No quiero encontrarme con sus ojos, pero siento su tristeza. Sigo haciéndome el fuerte.
En el exterior hay actividad. Tita y Apshara están limpiando pescado, comienzan a llegar los trabajadores que están limpiando el estanque y también los que están construyendo los bancos alrededor del mismo. La bomba que vacía el estanque está en funcionamiento.
Chonu, desde el interior de la casa, me ofrece una taza de té, pero solo para hacerme pasar dentro. Me empiezan a entregar regalos. Siento las lágrimas que me van a hacer estallar. No las puedo controlar. Me piden que por favor no llore. Ellas también llorarán si me ven triste.
El tiempo sigue pasando y en unos minutos vendrán a buscarme. Como algo de arroz y pescado que seguramente han escogido para mí.
Mientras como veo a la pequeña Asha con un ramillete de flores seguida de los otros tres niños.
Salgo de la cocina, y es aquí donde veo que todas me están esperando. Sentaditas al sol y con un ramillete de flores cada una.
Una a una me las van entregando. Caras tristes. Pocas palabras. Estallo en lágrimas. Estallan en lágrimas. Sentimientos de tristeza compartidos.
Son momentos inolvidables los que con ellas he pasado: diversión, enfado, cariño, dolor… Todo ha terminado.
Antes de subirme al coche que me llevará al aeropuerto, nos despedimos finalmente agitando las manos. Ninguna palabra. Los niños muy callados. Ellas, con sus ojos llenos de lágrimas.
No siento el cuerpo, no siento el sol, no siento el calor, ni el canto de los grillos y chicharras. Ni el sonido del motor que vacía el estanque…
De vuelta en Kathmandú y nada más aterrizar comencé a sentir el frío que ya había olvidado. Un viaje corto en un pequeño avión donde tuve la oportunidad de contemplar los Himalayas, y entre ellos el majestuoso Everest.
La mañana la pasé despidiéndome de los y amigos y amigas del cercano pueblo de Sattigatha, donde tantas amistades me han nacido.
La noche va acercándose. Todo será la última vez: La última cena, el último té, el último “hasta mañana”, la última vez que duerma en Sattigatha. Me esfuerzo para no pensar en ello.
Se que la noche pasará velozmente y que amanecerá muy pronto. Duermo tranquilamente después de dar por finalizado uno de los libros que me he leído en estos días.
Amanece. Escucho el rumor de la cocina, el sonido de la escoba cuando barren, el sonido del agua que llena un cubo. Los sonidos que me han acompañado durante toda mi estancia.
Último afeitado, último té de la mañana y última tortilla.
Vuelvo a mi habitación y termino de empaquetar. Me cambio. Me pongo ropa limpia. Nunca antes había estado tan limpio. Dos de las niñas Kumasi y Komala llaman a la puerta. Vienen a entregarme un sobre. No quiero encontrarme con sus ojos, pero siento su tristeza. Sigo haciéndome el fuerte.
En el exterior hay actividad. Tita y Apshara están limpiando pescado, comienzan a llegar los trabajadores que están limpiando el estanque y también los que están construyendo los bancos alrededor del mismo. La bomba que vacía el estanque está en funcionamiento.
Chonu, desde el interior de la casa, me ofrece una taza de té, pero solo para hacerme pasar dentro. Me empiezan a entregar regalos. Siento las lágrimas que me van a hacer estallar. No las puedo controlar. Me piden que por favor no llore. Ellas también llorarán si me ven triste.
El tiempo sigue pasando y en unos minutos vendrán a buscarme. Como algo de arroz y pescado que seguramente han escogido para mí.
Mientras como veo a la pequeña Asha con un ramillete de flores seguida de los otros tres niños.
Salgo de la cocina, y es aquí donde veo que todas me están esperando. Sentaditas al sol y con un ramillete de flores cada una.
Una a una me las van entregando. Caras tristes. Pocas palabras. Estallo en lágrimas. Estallan en lágrimas. Sentimientos de tristeza compartidos.
Son momentos inolvidables los que con ellas he pasado: diversión, enfado, cariño, dolor… Todo ha terminado.
Antes de subirme al coche que me llevará al aeropuerto, nos despedimos finalmente agitando las manos. Ninguna palabra. Los niños muy callados. Ellas, con sus ojos llenos de lágrimas.
No siento el cuerpo, no siento el sol, no siento el calor, ni el canto de los grillos y chicharras. Ni el sonido del motor que vacía el estanque…
De vuelta en Kathmandú y nada más aterrizar comencé a sentir el frío que ya había olvidado. Un viaje corto en un pequeño avión donde tuve la oportunidad de contemplar los Himalayas, y entre ellos el majestuoso Everest.
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