domingo, 20 de enero de 2008

LA QUEMADURA

Eran las seis de la mañana y no se sentía el trajín habitual de los días precedentes: el sonido de la escoba barriendo, el ruidoso funcionamiento de la cocina de keroseno o el llanto de algún niño, brillaban por su ausencia.
El sol estaba escondido entre unas grises nubes que amenazaban lluvia. Al no verse el sol, ni los pájaros cantaban.
Iba a ser un día gris. Al no hacer calor, las chicas aprovecharon a trabajar en el campo, acumulando todos los hazes de arroz, segados en días anteriores y que el sol se ido encargando de secar.
Desde el Centro de Salud las veía trabajar mientras me encargaba de realizar gráficos personales del peso de cada una de las chicas, con la evolución en los últimos meses. Pushpa pesa 13 kilos menos que hace 10 meses. Un par de ellas mantienen el peso, con unos altibajos que no son dignos de tener en cuenta. Es preocupante y así se lo haré saber a los responsables. Es cierto que trabajan mucho, con lo que necesitan una mejor alimentación.
La elaboración del gráfico es interrumpido por diferentes pacientes que llegaban con algún problema.
Uno de los pacientes es un pequeño bebé de no más de 5 meses. Ojos azabache, mofletudo y con poco pelo. Muy moreno, al igual que su madre, delgadita, muy joven y con una permanente sonrisa.
El niño se había quemado la parte superior del pie. Una quemadura que llegaba desde sus diminutos dedos hasta la base de la rodilla. El pie estaba sucio. El aspecto de la quemadura era muy desagradable. Lo peor de todo es que no era reciente. Probablemente hubiesen pasado más de dos días desde que se le cayó una sartén con aceite hirviendo.
Como la enfermera estaba ocupada, me encargué de curarle. La madre sujetaba el minúsculo piececillo. Le hice una limpieza con desinfectante y le aplique una crema cicatrizante y antibiótica. El niño lloraba. No se podía defender del dolor. L madre se sacó el pecho para intentar calmarle. Solo cuando terminé el vendaje, los llantos cesaron. Le dije que volviera al día siguiente para otra cura. El padre tenía problemas en la piel. Tenía ronchones que le producían dolor. Le apliqué una crema antialérgica y le dí unas pastillas de las mismas características que la crema.
Los tres se marcharon en una vieja bicicleta. Volverían a su casa, que sería similar a todas las que hay en los alrededores: Sobre el suelo de tierra una pequeña casa construida con bambú, tejado de paja, una diminuta cocina de keroseno, un camastro de madera, que durante el día sirve de asiento. Quizás en el exterior tengan algunas flores adornando la entra de la casa.
Si tienen dinero probablemente tengan cabras, alguna vaca o incluso búfalos..
El día continúa pasando sin sobresaltos. Siempre gris y ventoso.
El atardecer no puede ser espectacular como en otras ocasiones. En el horizonte donde se pone el sol, las nubes no son tan grises. Durante unos minutos y antes de que el sol se pusiera definitivamente, la luz es de un anaranjado oscuro, que con el sonido del viento atravesando las hojas y ramas de los árboles, parecía que de un momento a otro se iba a levantar un huracán.
En este ambiente tan alucinante, un gallo decide emprender carrera hacia la plantación de té. Los tres guardas salieron en su busca. A lo lejos se veían sus negras siluetas y los gritos llamando al gallo.
La noche cayó y volvieron sin gallo. A la mañana siguiente el gallo volvía a estar con nosotros. Nadie supo el motivo de la escapada.
La cena se adelantó una media hora con relación a otros días. Cenamos rápido. Las que tenían que limpiar la cocina allí se quedaron, el resto se marchó a la habitación de la televisión..
Me quedé en la calle con dos niñas charlando y riéndonos mientras recodábamos momentos pasados.
Comencé a sentir frío y no había mejor sitio que la cama. Un pesado edredón me reconfortó en pocos minutos. Empecé a leer un libro”El pecado del mundo”, un título muy apropiado para la situación de este país, así como de otros del resto del globo.
El viento seguía soplando. Las niñas reían a mandíbula batiente con alguna escena de la película. Con estos sonidos me quedé dormido. Pasaron diez horas de sueño profundo hasta que volvió a amanecer.
El niño de la quemadura nunca más volvió.
El gallo volvió a escaparse, y como castigo, al atardecer del día siguiente se le cortó el cuello y terminó en la cazuela.
Ya no amanecieron días grises.

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